Que sí, que no (medovník)

Medovník

Todo empezó por un intercambio de comentarios entre Tuonela y el que esto suscribe. Tuonela es una jiennense, recriada en Granada y reconvertida en esquimal. Me comprometí a buscarle una receta de medovník, de nombre comercial Marlenka, tarta-bizcocho del que se había quedado prendada cuando hizo su peregrinación a Praga. Así que le pedí a PanUcitel que le pidiera a su madre la susodicha receta. Pero mientras tanto, por mi cuenta y riesgo busqué en internet. Por supuesto, la inefable cocinera de ekucharka (a la que sólo se le ven sus diestras y experimentadas manos) nunca falla. De las vídeo recetas me encanta ese toque cutre que tienen, como de andar por casa, sin sofisticación ninguna, donde la máxima muestra de tecnología es la cámara de vídeo. ¡La lista de ingredientes no tiene precio!

En fin, que le dije también a Tuonela que le pasaba la receta pero que yo no pensaba hacerla, que se buscara la vida y experimentara por su cuenta y riesgo. Yo no soy pastelero, ni muy aficionado a los dulces. Además, soy cocinero de todos los días, como ya he dicho varias veces. A mí lo que de verdad me gusta es un buen guiso, de los de caldos bien espesitos y que te obligan a mojar sopones. Yo sería un estupendo cocinero de venta de carretera. Bueno, a lo que íbamos, pues con la receta ya traducida después de un esfuerzo sobrehumano, me pensaba si atreverme o no. Por un lado, no me parecía excesivamente complicado. Por otro, un medovník para mí solo me parecía mucho (siempre puedo repartirlo, claro, que fue lo que hice). Y encima, se acercaba mi cumpleaños. Que sí la hago, que no la hago. Que compro los ingredientes que me faltaban, que no la hago. Que sí, que no. Resultado: que sí. ¿Quién dijo miedo? Al final siempre me puede mi parte temeraria y atrevida.

El medovník no es propiamente una tarta-bizcocho de esta república, ni siquiera herencia del imperio. Es de mucho más allá: Armenia. ¿Cómo llegó hasta aquí? Ni idea, pero en un país en el que el comercio y la restauración de poco valor añadido (como se dice ahora) está dominado por vietnamitas, uno ya no se extraña de las relaciones internacionales e intercambios culturales de esta república.

El medovník no es otra cosa que un tarta con capas de bizcocho intercaladas por dulce de leche. Sí, dulce de leche. Y yo creyendo que sólo lo comían en Argentina. No es muy difícil de hacer, aunque sí algo entretenido. Vamos al asunto.

Ingredientes:

Para el bizcocho:
450 gramos harina
180 gramos de azúcar en polvo (para que se disuelva mejor)
180 gramos de mantequilla
1 huevo
1 cucharadita y media de soda (sobre de El Tigre)
6 cucharadas soperas de miel
4 cucharadas de nata (cuanto más porcentaje de grasa tenga, mejor)
1 cucharadita de cacao en polvo

Para la crema:
1 lata de leche condensada de 400 gramos (para hacer el dulce de leche)

Para el sirope:
2 cucharadas y media de azúcar
1,5 dl de agua (templada para que el azúcar se disuelva)
50 ml de ron (o cualquier otro licor)

Para la cobertura:
70 gr de nueces (o almendras) molidas

Preparación:
Vamos a hacer varias cosas separadas, y luego al final las juntamos todas. Que nadie se asuste, si yo lo he hecho con la escasez de medios que tengo, cualquiera puede. Para hacer la masa usé la Thermomix… ¡mi atrevimiento no conoce límites!
Vamos a empezar por el dulce de leche, porque lo podemos preparar con antelación. El dulce de leche lo podemos hacer de la forma tradicional poniendo leche a hervir con mucha azúcar y encomendándonos al santo Job, a partir de una lata de leche condensada maltratada en la olla exprés (tiene su riesgo, porque como no vemos nada, el resultado es una incógnita), con la Thermomix quien la tenga, o comprarlo hecho. Si hay alguna marca de dulce de leche que nos guste, pues para qué complicarnos la vida más de la cuenta. Es conveniente que el dulce de leche esté un poco templado cuando montemos el medovník, así será más fácil de trabajar. Si lo hemos hecho con antelación, o lo hemos comprado, pues lo ponemos un ratito al baño maría. Al dulce de leche podemos añadirle nueces o almendras molidas, pero yo no hice por una cuestión de gusto personal: me gusta la suavidad del interior del medovník y los trozos de nueces pueden quitar esa suavidad. Cuestión de gustos.
El bizcocho es algo más entretenido de hacer, pero no es difícil. Ponemos la mantequilla a derretir al baño maría. Es decir, ponemos una olla con agua a hervir, y un bol encima donde echamos la mantequilla. Cuando esté derretida añadimos el huevo, el azúcar, la miel y la nata. Lo mezclamos todo bien hasta que tenga el aspecto de una crema. En otro bol, frío, ponemos la harina, el cacao y la soda, al que añadimos la crema. Mezclamos todo bien hasta conseguir una masa no muy espesa, pero que no se pegue. Los que tengan Thermomix pueden hacerlo con ella, pero no se arrepentirán los suficiente a la hora de limpiar las cuchillas (para derretir la mantequilla, poner dos minutos a 50 grados; luego añadir el huevo, el azúcar, la miel y la nata; mezclar a velocidad 5 unos segundos; añadir la harina, el cacao y la soda; mezclar de nuevo unos segundos a velocidad 5; por último 2 minutos a velocidad espiga. Lo dicho, mi atrevimiento no conoce límites). Es muy, muy importante que la masa esté fría; de lo contrario, no habrá quien la maneje. Si la metemos un rato en el frigorífico sería estupendo. De esa forma, la mantequilla se vuelve a solidificar y la masa se endurece, con lo que nos facilita mucho su manipulación. Precalentamos el horno a 180 grados. Sobre papel para horno, ponemos un trozo de masa, y la extendemos hasta que tenga un grosor de unos 4-5 mm. La cortamos con una tapadera, una olla, un túper o lo que sea pero la cuestión es obtener 5 planchas de bizcocho todas iguales. Yo lo hice con una tapadera de 20 cm, pero me sobró masa. No os preocupéis, la forma no cambiará al hornearlas. Horneamos cada plancha por separado, unos 4 minutos. El tiempo depende de cada horno, claro, pero debemos tener cuidado de que no se hagan mucho porque tienen que quedar flexibles. Que estén doradas o no es indiferente. Total, no se van a ver. Las dejamos enfriar. Horneamos también los restos de masa.
El sirope no tiene ningún misterio, la verdad. Calentamos el agua, le añadimos el ron y el azúcar, y a batir hasta que el azúcar se disuelva.
Ya lo tenemos todo: la crema, las planchas de bizcocho y el sirope. Vamos a montar el invento. Cogemos la primera plancha de bizcocho y, con la ayuda de una brocha, emborrachamos la cara superior (la que no va a estar en contacto con el plato). Cubrimos con una capa de crema. Debemos hacer un cálculo mental de la crema que vamos a poner en cada capa porque tenemos que tener bastante para todas las capas y para la cobertura. Para el diámetro que yo he usado, con una lata de 400 gramos es suficiente. Las planchas intermedias de bizcocho (las número 2, 3 y 4) las emborrachamos por las dos caras. La última (la número 5) sólo por la cara inferior, la que no vamos a ver.
Lo que toca ahora es cubrirlo todo con crema, emparejándolo todo, sobre todo los laterales que nos habrán quedado algo irregulares. Picamos las nueces o almendras y algunos restos de masa que horneamos previamente, pero que nos queden trozos irregulares; vamos, que se note que son nueces o almendras. Este picado los esparcimos por la parte superior de la tarta con la ayuda de la mano para la parte superior y con un cuchillo o paleta para los laterales (echamos un poquito junto al lateral y con la ayuda del cuchillo lo restregamos por el lateral).
Listo. Sé que así, explicado, parece muy complicado, pero no lo es.

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